El 19 de abril de 1943, el químico suizo Albert Hofmann decidió probar una sustancia que había sintetizado cinco años antes: el LSD-25. No imaginaba que ingerir apenas 250 microgramos —una cantidad casi imperceptible a simple vista, equivalente a la millonésima parte de un gramo— transformaría su vida para siempre.
Debido a las restricciones de la Segunda Guerra Mundial, Hofmann no podía regresar en auto desde el laboratorio Sandoz, así que emprendió el camino de vuelta a casa en bicicleta y le pidió a su secretaria que lo acompañara. Durante el trayecto, comenzó a experimentar intensas alteraciones sensoriales: colores vibrantes, sonidos distorsionados y una desconexión total con la realidad. Imaginó que su vecina era una bruja y sintió que su cuerpo se desintegraba. Irónicamente, mientras él creía que avanzaba a toda velocidad, su secretaria notaba que apenas podía mantener su pedaleo lento y errático.
Lo que parecía una experiencia psicótica terminó siendo un "viaje" que Hofmann, ya recobrada la lucidez, describió como profundamente revelador. Desde entonces, el 19 de abril se recuerda en todo el mundo como el “Día de la Bicicleta”, una fecha icónica en la historia del LSD y del despertar psicodélico.
Aunque inicialmente Hofmann pensó que el LSD tendría aplicaciones clínicas dentro de la psiquiatría, su uso se expandió rápidamente hacia contextos culturales, espirituales y recreativos. Con el paso del tiempo, sostuvo que su descubrimiento no debía ser demonizado, sino comprendido como una poderosa herramienta de autoconocimiento y expansión de la conciencia.
Hoy, a 80 años de aquel mítico paseo, su legado sigue más vigente que nunca. El renacer de los estudios con psicodélicos en contextos terapéuticos —para tratar trastornos como la depresión o el estrés postraumático— ha devuelto al LSD y otras sustancias su lugar en la conversación científica y cultural. Así recordamos a Hofmann como lo que fue: el único ciclista buena onda que, sin saberlo, abrió una ruta hacia nuevas formas de explorar la mente humana.